Hace unos años, cuando mi hermana practicaba tenis, mi mama la invitaba a desayunar una vez concluía su ejercicio. Nosotras—mi otra hermana y mi prima y yo—nos inventamos excusas para colarnos, y así nació la tradición del desayuno los jueves: Thursday Breakfast. Sigue leyendo…
El desayuno lo traemos en la sangre. Mi papi siempre desayunaba como rey, y a veces, solo a veces, nos invitaba. Un martes cualquiera, y lo encontrábamos en el jardín, rodeado de torres de delicias.
Yo me despierto temprano todos los domingos para experimentar con recetas nuevas, buscándole cada secreto a la masa de un panquequito. Pero el desayuno que más disfruto es donde mi mamá.
Así son los jueves donde mi mamá:
El desayuno se sirve a las ocho en punto; el comité de bienvenida se asegura de la puntualidad de los invitados.
No es permisible arribar tarde. Desmaquilladas, aún sin saborear el primer cafecito de la mañana. Juntas.
La mesa viste trajes nuevos, todos despampanantes, con vajilla diferente, copas diferentes, manteles diferentes, flores frescas.
Sobre la mesa están los mejores frijoles refritos del mundo entero. Los cocidos no se quedan atrás. Una variedad inigualable de quesos hondureños—semi-seco, queso crema, frijolero, Santa Elena—y tortillas de maíz amarillo molidas en casa, recién hechas, calientes y con pecas negras.
Tres jarras de café diferente (no podemos coincidir en todo) y el mejor encurtido que he probado—¡pero casi se me olvidan los huevos! A la ranchera, en salsa verde, chilaquiles—y el guacamole, ¿cómo olvidar el guacamole?
Platicamos. Nos contamos cada detalle de la semana, ya sean los hijos o los postres que probamos o peleas políticas que nadie nunca gana, y las voces crecen en volumen, y las opiniones y las ideas fluyen una tras otra y justo cuando el ruido llega a un crescendo y los frijoles están por acabarse, llega mi papi, y pregunta ¿Dónde están las florecitas de mi jardín?
Más que una mesa divina, más que los frijoles, más que todo esto: el desayuno de los jueves es una pausa. Es tomarse un segundo, mientras el calor de la tarde no se asoma, mientras los correos sin contestar esperan en nuestras oficinas, mientras los quehaceres de la vida y tal vez un que otro mandado olvidado se esfuman, y pausar. Somos una familia, reunidos alrededor de una mesa, peleándonos por la última tortilla y maquillándonos antes que el reloj marque las nueve de la mañana.
Así son los jueves donde mi mama. Y no los cambio por nada. Ni por la última tortilla de maíz.