Dicen que la tercera es la vencida.
Que las cosas buenas nos visitan en tres.
Dos es compañía, tres es una fiesta.
(Además que yo soy la tercera hija.)
(Bueno, ya, llévame a la receta por favor.)
Si este blog tuviera un subtítulo, le llamaríamos Anfitrionomia: o, en búsqueda del pound cake perfecto.
Si mi vida fuera una aventura de caballeros y princesas, me encontraría atrapada en la conquista del pastel ideal, el imaginado por todos los reinos, aquel pedacito de dulce que cumpliera con todas las expectativas y no solo eso, las superara, las excediera completamente.
En fin: hoy les quiero compartir una receta nueva, como parte de las crónicas de un pound cake anunciado (y escondido). Tan ubicuo se ha convertido este postre que la palabra existe en español: el poundcake, o el ponqué, o el bizcocho o el queque. A lo que nos referimos es a un postre dulce que se puede servir solito o acompañado con una taza de café.
La verdad es que se puede servir de mil y un maneras. Para gustos, hay colores, pero también hay pound cakes. Hay personas que disfrutan de las galletas dulzosas hasta el extremo, suavecitas por dentro, mientras que hay otras que las prefieren tostaditas, con un crunch particular (conozco a dos hermanas que personifican este caso particular). Tal vez preferís un pound cake con fruta (como el durazno: lo podés encontrar aquí).
Hay personas que disfrutan de un postre denso, pesado, que empalaga como no te imaginarías. Yo soy una de ellas (vivo por el pound cake Sara Lee, aún y cuando proviene de una caja). Si te conformas a este grupo particular, puedes visitar la receta aquí.
Pero si estas en búsqueda de algo más ligero y liviano, como una nube que se esfuma en el cielo azulado, el postre que es un poquito más húmedo, mantequilloso y dulcito, te presento tu tercera opción: llamémosle, por mientras, el pound cake número tres.
No es el primero, ni será el último que les compartimos. Falta uno más, uno un poco más seco, una opción intermedia. Esperemos que allí pueda concluir nuestro peregrinaje por los libros de cocina y los menus de postres y los incontables recursos que existen allá en el vasto mundo digital, las mil y una recetas que nadie conoce por completo—¿cómo empezar a reconocer las buenas, y las malas, y las que en verdad no me hacen ni me quitan?
Por lo menos nos queda este pequeño recado de Anfitrionomia, con cuatro recetas diferentes para diferentes gustos y diferentes personas, y espero que todos las disfruten tanto como las disfruto yo.
Aquí les dejo la receta.
Algunas notas adicionales: